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Nietzsche

Pocos años antes del Mayo francés, Deleuze relee a Nietzsche “por izquierda” y le da a la filosofía futura un nuevo horizonte semántico. No acometió esa tarea en soledad, pero su interpretación afirmativa de la voluntad de potencia nietzscheana fue, sin duda alguna, el gesto más decidido y desafiante entre todos los que se decidieron a enterrar la dialéctica hegeliano-marxista y pasar a descifrar el mundo ya no desde el impulso simplemente “lector” de la historia, sino a través de la creación de nuevos conceptos y ficciones teóricas. Y si Nietzsche había profetizado que el “Hombre del futuro” iba a abrazar el conflicto, entonces Deleuze lo sumerge en esa confrontación obligándolo a volverse más hábil con la palabra, tal como se prescribía en la Genealogía de la moral. Se recolectan, primero, las razones que el hombre se da para situarse ante los mecanismos del poder; se lo afirma, después, en su diferencia, para extirparlo al afán numérico en el que había naufragado el marxismo; y se lo entrega, finalmente, a los “instintos reguladores inconscientes” que Nietzsche había intuido con pasión volcánica y Freud mapeado con perseverancia maníaca. A partir de allí, la posmodernidad hace el resto: incluye el conflicto psíquico con la realidad como alternativa para el conocimiento y, mientras Foucault acecha la “verdad” (cualquier “verdad”) como una creación de aquel poder, Deleuze incorpora la locura y la esquizofrenia como claves de lectura idóneas para ilustrar esa dominación. Ya en Nietzsche y la filosofía (1962) había descripto la crisis de la razón como la aparición de “una intersubjetividad secreta en el seno de un mismo individuo” —lo que equivale a afirmar que Nietzsche se deja tragar por la demencia cuando ya no puede hacer de su propia situación mental una vía de acceso a la realidad— y algunos años después, cuando escriba esta breve introducción a su obra para la colección “SUP Filósofos”, la relación entre salud y enfermedad ya estará plenamente asumida como la revuelta pulsional con la que Klossowski se hará una fiesta en su terriblemente críptico Nietzsche y el círculo vicioso, de 1969. En la cascada ininterrumpida de textos sobre el autor de Ecce homo, la brevedad del Nietzsche (1965) de Deleuze puede inducir a algunos errores; el primero, considerarlo una suerte de “compendio” de su antecesor, y el segundo, y quizás el más grave, tomarlo por una suerte de introducción didáctica a la obra del alemán. Nada de eso hay en sus cuatro sintéticas partes, la segunda de las cuales presenta una serie de pulverizaciones spinozianas practicadas sobre el cadáver de la voluntad de potencia que ilustran la posición del hombre contemporáneo como sujeto político capaz de ser afectado por una multiplicidad casi inabarcable de factores maquínicos, sentimentales y regenerativos. Deleuze leyó prematuramente esa sensibilidad absoluta como una cifra de la destrucción masiva del placer y la emergencia de conciencias angustiadas que iban a caracterizar nuestra era. En ese sentido, sus lecturas y abordajes siguen interrogando hacia adelante como si el presente fuera sólo una etapa de adiestramiento filosófico, una puesta a punto de las estructuras lógicas y mentales para lo que sea que esté por venir.

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