CONVIVIR CON ESE GESTO DE MANERA FAMILIAR
Presentamos el posfacio de Guillermo Daghero a la edición de Ensayo sobre la conación estética, de Jean Oury
En su momento, a fines de los años 90, estaba al tanto del Sainte-Anne Magazine, una publicación bimensual del Centre d’Étude de l’Expression donde anunciaba un seminario de Art et Thérapie en el Gran Anfiteatro del Centre Hospitalier Sainte-Anne donde una de las ponencias estaba a cargo de Annie Boulon. Asisto como oyente y es a partir de ahí que aparece entre anotaciones el nombre de Jean Oury mal escrito, siendo ella quien también lo cita en su artículo “Des sens qui se dérobent… Pour une pratique essentiellement interrogative”, en el primer número de la revista International Journal of Art Therapy, 1997. Recuerdo la ponencia de Boulon: pasó por el surrealismo, el dadaísmo, el cubismo, el futurismo, el arte negro, las vanguardias, el grupo Cobra y el arte contemporáneo, intentando armar un panorama donde ubicar lo artístico de la producción de los pacientes.
Entre tantos nombres, referencias y citas, me pregunto: ¿cómo no haber dado antes con este libro de Oury?, respondiéndome que mi francés era débil, que lo que escuchaba y registraba me excedía pero tomaba notas y es muy probable que hayan hablado de este libro porque las anotaciones son cercanas y el libro tiene lo que hubiera querido escuchar en aquel momento y creo, ahora, lo estaban diciendo al frente de mi nariz siendo yo quien colapsaba y dejaba escapar tanta información.
Diría entonces algo tan obvio como que cada momento contiene su tiempo y escribir, si algo tiene, tiene la capacidad de coser[1] el pasado –digamos–, de alguna manera.
De alguna manera la vida de mi familia por parte materna, empieza en un pueblo situado a 100 km de Córdoba Capital, en Argentina, llamado Oliva, lugar donde en 1908 empieza a construirse un hospital psiquiátrico adjunto al pueblo, que en su documento fundacional y en lectura del Dr. Domingo Cabred, decía:
El asilo colonia regional para alienados de ambos sexos […] se levanta en una feraz llanura de seiscientas hectáreas, próximo a una de las líneas férreas más importante del país, que permite la fácil traslación de los enfermos del norte, del centro, del litoral y aún de la parte andina […]. Se compone de pabellones completamente separados, sin alineación simétrica, diseminados en una vasta extensión, en medio de jardines. No habrá muros de circunvalación que oculten el horizonte, ni nada que despierte la idea de encierro, y así la ilusión de libertad será perfecta. Los edificios son en forma de chalets, rodeados de galerías, sencillos, elegantes y confortables; y dentro de este estilo arquitectónico, tienen sus variantes que evitan la monotonía […]. En la parte central del establecimiento se hallan: la iglesia, el teatro, los talleres, la casa de máquinas, la cocina, etc. Y en las afueras de este pequeño pueblo de alienados se encuentran: la lechería, el criaderos de plantas, el de aves y el de cerdos, rodeados de los campos de cultivo que le forman al asilo una verde cintura.[2]
Inaugurado el 4 de julio de 1914 como Asilo Colonia Regional Mixto de Alienados de Oliva, con una planta inicial de 50 empleados y un contingente de 99 pacientes provenientes del Hospicio de las Mercedes de Buenos Aires (actualmente Hospital Borda), empieza a tomar vida el sueño de Cabred. Un hospital/pueblo al estilo open doors, lugar donde a los 15 años llega mi abuelo de visita a la casa de su tío, al que apodaban “el tío malo”, Emilio Vidal Abal, quien fuera director del asilo por 24 años el cual después llevará su nombre. Juan Alberto –mi abuelo–, que había venido de visitas a la casa de su tío, se queda a trabajar en el hospital donde hace su familia, tienen cuatro hijos y así, en ese lugar, en ese sistema de vida con sus formas y costumbres, crece mi madre.
De las innumerables historias de vida en el hospital que mi madre relataba y que transcurrieron entre su infancia y juventud, recuerdo una en la que, pasado el medio día, el interno subía con sus atuendos al primer piso del edificio central donde funcionaba la dirección del hospital en busca del diario de la fecha. Bajaba con el ejemplar en la mano y se sentaba en el banco de la plaza del hospital a leer y una vez terminada la lectura, deshojaba el diario en partes y utilizando algunas de las páginas para la fabricación de un aeroplano. Primero hacía una armazón con un alambre muy fino que llevaba en un portafolio para luego plegar el papel sobre la estructura y pegarlo con su propia saliva. Paso siguiente y en horas de la siesta: cuando ya se había retirado todo el personal administrativo del hospital y la avenida principal quedaba despejada, hacía planear el avión por una distancia lineal de 100 metros aproximadamente y al mismo tiempo que miraba su vuelo, vociferaba en voz baja las noticias del día. Este episodio, más el de Estanislao, un paciente de origen ruso, que no hablaba y que utilizaba porciones de tierra del hospital haciendo surcos con un punzón sobre el suelo, elaborando unos inmensos dibujos rectangulares. Dibujos que quedaban impresos por mucho tiempo, en los que corría el agua de lluvia por sus canaletas hasta que desaparecían con el tiempo. “Eran dibujos indescifrables, raros y estaban bien ubicados. No sé qué eran. Eran dibujos perturbados y no te digo que eran lindos, pero estaban ahí expuestos por mucho tiempo y los veía todo el mundo”, decía mi madre.
Los trabajos de Auguste, Benjamin y Aimable, que dan relato al ensayo de Oury son –salvando distancias– paralelas temporales a las imágenes que deambulaban por el asilo de Oliva por ese entonces. Traer a escena anécdotas de la misma época es darle el lugar que no tenían. Situarlas como prácticas. Darles sentido, ojo, atención. Al decir de Oury: ingenuidades, prácticas solitarias que no tenían un espacio ni un lugar institucional determinado, ocurrencias que se identificaban como episodios sueltos, aislados y al descuido.
En este ensayo, puede leerse que Oury hace muy poca referencia a Expresiones de la locura (Bildnerei der Geisteskranken), libro que publicara Hans Prinzhorn en 1922, y que fuera la Biblia underground para los surrealistas, con 170 ilustraciones de enfermos mentales que se exhibieron posteriormente en 1937 en la Exposición de “Arte Degenerado” junto a obras de artistas modernos (obras que actualmente forman parte de la Colección Prinzhorn, en el Centro de Medicina Psicosocial del Hospital Universitario de Heidelberg, en Alemania). Deja pasar L’art malade: dessins de fous (1901) de Marcel Réja que precedió al trabajo de Hans Prinzhorn y tampoco utiliza la terminología “arte-terapia” que ya andaba dando vueltas con distintas acepciones.
El arte de los enfermos mentales es un monólogo solitario. Sus contenidos y sus formas no están ligados a normas colectivas de ninguna clase. El arte de los locos puede llegar en su hermetismo hasta convertirse en un mensaje indescifrable. Ciertamente puede contener, en casos aislados, mensajes de acento especialmente patético a los muertos, a Dios, a Jesucristo, al médico encargado, etc. A pesar de ello, sigue siendo como una voz en el desierto, como un monólogo pronunciado en medio de un vacío trágico,
escribe Georg Schmidt[3] en Insania pingens. Pegar este fragmento es festejar la aparición de este libro porque hubo muy poca literatura sobre el tema como así también, en palabras de Oury, “una terapia ocupacional honesta”[4].
En 1948, Oury[5] sí había colaborado en el Cahier de L’Art Brut n°1, revista dirigida por Jean Dubuffet, que desde 1945 denominara art brut a toda forma de arte creada por no-artistas, fundando en 1948 la Compagnie de l’Art Brut y teniendo como socios a Breton, Michaux, Malraux, Lévi-Strauss, entre otros. En 1949, expone unas 150 obras y realiza L´Art Brut, la histórica exposición en la Galerie René Drouin de París, que se reprodujo con el mismo nombre y las mismas obras en su 40º aniversario bajo la dirección de Sarah Lombardi en 2016, Collection de l’Art Brut, Lausanne, Suiza.
En América del Sur, en Perú –por citar algunas experiencias entre arte y psiquiatría–, ocurre algo raro y desconocido con el vínculo que el poeta y artista César Moro experimentó en el hospital “Víctor Larco Herrera” de Lima. Raro porque era algo que no se conocía de su historia personal y fue su participación primera en 1920, en la Reforma Psiquiátrica en el Perú junto a su hermano Carlos Quispez Asín. Después, en 1935, trabaja en la pinacoteca del Museo Gráfico del Hospital “Larco Herrera” de Magdalena del Mar como catalogador de las pinturas de los esquizofrénicos: había un museo, había un cuidado de obras; hubo intercambio de textos, cartas, pinturas, construcción de nuevos espacios, surrealismo, terapia ocupacional. Que haya utilizado el calificativo de “arte mágico” para designar la circulación de estas producciones dentro del “folclore psiquiátrico”, es una diferencia para la época[6].
En San Pablo, Brasil, en 1923, Osório César, siendo estudiante de Psiquiatría en el Hospital “Juqueri”, se interesa por las producciones artísticas:
Las representaciones artísticas de estos enfermos son todas emocionales, pues ellas son de carácter espontáneo y se dirigen a un propósito único: la satisfacción de una necesidad instintiva. Ellas representan descargas de emociones acumuladas durante mucho tiempo en el subconsciente, adormecidas por la censura, en virtud de ciertos impulsos de orden moral.[7]
En octubre de 1948, organiza la primera exposición en el Museu de Arte de São Paulo, con dibujos, pinturas, escultura y grabados realizados en los 40 y 50 en la Escola Livre de Artes Plásticas do Juqueri, siendo gran parte de las obras donadas al museo, otras, comercializadas y el resto, perdidas.
Es conocido el trabajo de la Dra. Nice da Silveira a partir de 1946 en el Servicio de Terapia Ocupacional en el Centro Psiquiátrico “Pedro II” de Río de Janeiro que, con la guía del artista Almir Mavignier, abre en 1952 el Museo de Imágenes del Inconsciente. El crítico de arte y curador Mário Pedrosa, que frecuentaba el hospital, escribe:
El artista no es aquel que sale diplomado de la Escuela Nacional de Bellas Artes, en ese caso no habría artistas entre los pueblos primitivos, inclusive entre nuestros indios. Una de las funciones más poderosas del arte –descubiertas por la psicología moderna– es la revelación del inconsciente, y este es tan misterioso en el normal como en el llamado anormal. Las imágenes del inconsciente son apenas un lenguaje simbólico que el psiquiatra debe descifrar. Pero nadie impide que esas imágenes y señales sean, más allá de todo, armoniosas, seductoras, vivas o bellas, constituyendo en sí verdaderas obras de arte.[8]
Pedrosa con Leon Degand, por entonces director del Museo de Arte Moderno de San Pablo, realizan una selección de obras, inaugurando el 12 de octubre de 1949 la muestra que llevó por título 9 Artistas de Engenho de Dentro y creando la expresión “arte virgen”, un “arte despojado de las convenciones académicas establecidas”[9].
En Argentina, a mediados de los años 30, Enrique Pichon-Rivière inicia su trabajo en el Asilo de Torres (en las cercanías de Luján) y luego por un largo tiempo en el Hospicio de Las Mercedes (Hospital Borda). Estas experiencias institucionales más su vinculación con la poesía, la vanguardia artística de Buenos Aires (en 1945, la primer muestra de Arte Concreto-Invención se realizó en la casa de Pichon-Rivière), los encuentros con Lacan y sus relaciones con el movimiento surrealista, constituyeron la “vivencia de lo estético” en su obra. Todavía es común leer muchos de sus conceptos en el campo de las psicoterapias relacionadas al arte en Argentina.
A grandes rasgos, más allá de los tiempos y de los espacios que las instituciones psiquiátricas dieron y dan a las prácticas artísticas, este Ensayo sobre la conación estética nos hace pensar algunas amabilidades y sutilezas en la palabra conation (conación). Puede advertirse en ella un respiro, un aire que deja y da lugar a que el instinto natural suceda, a que el Innenwelt –el mundo interior– se exprese, se exponga y se realice. Hay en la expresión “conación estética” una postura diferente a decir arte degenerado, anormal, primitivo, enfermo, salvaje, crudo, bruto, psicótico, insano, patológico, precario, naif, marginal, outsider e ingenuo. Cuando Oury relata las escenas de Auguste, dice: “La esquizofrenia de For… transformó a un hombre que habría podido ser ordinario, quizás algo retardado, en un hombre original, rico por su pobreza…”[10]. Y eso es el arte: el pasaje de un estado a otro, eso que puede verse como extraño y que cobra vida entre tantos otros objetos estéticos y no estéticos que nos rodean.
A través de este ensayo, vuelvo al Hospital Psiquiátrico de Oliva que durante los 40 y 50 albergó una población de 5500 internos y si bien todo acontecía entre los límites de ese inmenso predio, era normal que los enfermos tuvieran alguna actividad en casas de familias del pueblo desempeñando labores cama adentro, que realizaran trabajos varios durante el día o que simplemente deambularan por las calles del pueblo. Eso era normal. Eso fue mi vida, la de mi familia y la de muchas familias del lugar. En mi adolescencia, era normal que nosotros hiciéramos uso de las instalaciones del asilo, yendo a jugar al fútbol, al básquet, al frontón o a hacer un pícnic e ir de visitas al psiquiátrico. Se convivía, había una familiaridad, un trato al mismo tiempo que un permiso, se permitían cosas. En los 90, Jorge era un enfermo del hospital que por las mañanas trabajaba en el pueblo haciendo un reparto de diarios a pié y cada tanto, a su manera, intervenía con una tiza blanca las puertas, portones o lugares que consideraba que podía intervenir dejando a la vista una lectura pública. Las escrituras de Jorge –experiencias estéticas, conaciones estéticas– ocurrían dentro y fuera del hospital y era normal que esto sucediera y que los parroquianos hicieran análisis e interpretaciones en la mesa de un bar descifrando, de tanto en tanto, un texto.
De 1990 a 2017 trabajé en el Área de Rehabilitación del Hospital de Oliva, pasando por distintas políticas psiquiátricas y por distintos proyectos pero siempre sosteniendo un espacio de taller, un lugar y una forma de hacer y de pensar el arte en la institución psiquiátrica. “Se trata quizás de eso, sin pretensión de obra, ni siquiera de ‘ausencia de obra’, como decían Mallarmé y Blanchot”, escribe Oury en el prólogo del libro[11]. Se trata de la conación estética, de modos de producir arte en el campo psiquiátrico, de haber convivido con ese gesto de manera familiar, de haberlo posibilitado cuando no sabía qué carajo estaba haciendo o pasando con eso, es decir, haber acompañado esos impulsos y sobre todo, haber aprendido de ellos.
Guillermo Daghero
Córdoba Capital, 15 de marzo de 2025
[1] En la exposición del museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid: “Francesc Tosquelles, Como una máquina de coser en un campo de trigo”, de septiembre de 2022 a marzo de 2023, con curaduría de Carles Guerra y Joana Masó, podría leerse en forma enmarcada una frase que decía, “Hay que descubrir a los emboscados”, y donde también se exponía la conocida imagen del mismo Tosquelles en el tejado del Hospital Psiquiátrico de Saint-Alban-sur-Limagnole, levantando en sus brazos un barco, obra de Auguste Forestier, 1947.
[2] Fragmento del discurso del Dr. Domingo Cabred al colocar la piedra fundamental en el Asilo de Oliva, el 10 de diciembre de 1908; extraído del libro de Aracely Maldonado, Graciela Pedraza y Eduardo Naides, El Asilo, Memorias de la vida cotidiana, Hospital Dr Emilio Vidal Abal, Oliva, Córdoba, Talleres gráficos Sal-Cor, Buenos Aires, 2002, p. 163.
[3] Georg Schmidt, ¿Tiene algo que ver con el Arte el llamado arte de los enfermos mentales?, Insania pingens, Ciba, Basilea, 1961, p. 18. Insania pingens contiene textos de Jean Cocteau, Georg Schmidt, Hans Steck y Alfred Baber, con reproducciones color y en negro de obras de Aloyse, Jules y Jean, que giran y merodean sobre el trabajo publicado por Robert Volmat, L’art psychopathologique, en 1956 (basado en la Exposición Internacional de Arte Psicopatológico de 1950 en el Hospital Saint-Anne, París).
[4] Cf. más arriba, cap. “Auguste For…”, p. 22.
[5] Tiempo después, entre 1986-1987 y 1987-1988, Oury hará en París Vll los seminarios que se publicaron como Création et Schizophrénie, Éditions Galilée, París, 1989, donde explica, relata, diserta, cuestiona y donde me digo: ¿cómo no haber estado en Francia?
[6] Rodrigo Vera, El sistema del delirio. Arte, trabajo y reforma psiquiátrica en el Perú de César Moro, editorial Personaje secundario, Lima, Perú, 2025.
[7] Osório César, A Expressão Artistica dos Alienados, San Pablo, Oficinas Graficas do Juqueri, 1929, p. 159.
[8] Mário Pedrosa, Correio da Manha, Río de Janeiro, 7 de febrero de 1947.
[9] Luiz Carlos Mello, Flores del Abismo, Imágenes del Inconsciente, Fundación PROA, 2001, p. 30.
[10] “Auguste For…”, p. 19 más arriba.
[11] Prólogo, p. 11.