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Gauny, nuestro predecesor

GAUNY, NUESTRO PREDECESOR

Presentación al libro El filósofo plebeyo de Gabriel Gauny,
por Jordi Carmona Hurtado

Para Mateo Pierre Avit Ferrero,
traductor

En una legendaria entrevista con Foucault acerca del papel de los intelectuales tras el Mayo del 68, Deleuze resumía una de las lecciones esenciales de aquellos acontecimientos: lo profundamente indigno que es hablar en nombre de otros, como la regla en ese tipo de políticas que se proponen organizar y representar a los oprimidos, típicas de los partidos y sindicatos de izquierda clásicos. No resulta extraño entonces que Jacques Rancière –para quien esos mismos acontecimientos habían revelado que el marxismo althusseriano en que se formó era en realidad una filosofía del orden– no solo rompiera radicalmente con Althusser y su escuela, sino que, inspirado en la manera de investigar iniciada por el propio Foucault, realizara algunos años después una inmersión en los archivos del movimiento obrero francés, para tratar de entender el modo en que los trabajadores mismos habían construido las razones de su revuelta. Rancière buscaba la palabra auténticamente obrera, ese verdadero pensamiento de los oprimidos que surgiría sin distorsiones ideológicas de una manera concreta de habitar el mundo, y traduciría materialmente cierta posición subalterna en el orden de producción dominante. Y ciertamente encontró algo, pero no lo que buscaba. Aunque precisamente por eso su búsqueda mereció la pena y puede enseñarnos algo: que el subalterno, porque es excluido del orden simbólico dominante, no dispone de ningún discurso para traducir ni los sufrimientos de su opresión ni las esperanzas de su liberación, y por eso tiene que apropiarse de las palabras de los otros. De ahí que no haya nada puro en el pensamiento de los oprimidos: no hay una ruda y sudorosa filosofía obrera, viril, materialista y científica, que se opondría a las ilusiones líricas y amaneradas de esos burgueses cuya vida flota en confortables nubes idealistas. No hay un pensamiento de abajo ni una filosofía propia a la gente ruda y simple, sino que cuando la gente supuestamente simple se apropia de la potencia del pensamiento, lo que ocurre más bien es que ese tipo de clasificaciones que estructuran el orden social se desmoronan. El pensamiento obrero no es el pensamiento particular de los de abajo, sino la revolución intelectual que se produce cuando el orden simbólico es asaltado por quienes normalmente están excluidos de él y solo lo padecen, el pensamiento inaudito que hace que las cosas dejen de estar en su sitio, que desordena el orden de la opresión y abre así la posibilidad de una justicia. Frente a la cháchara sobre lo posmoderno que comenzaba justo en esos años, Rancière logra establecer así, desde La noche de los proletarios, una continuidad clara entre las formas de lucha propias de Mayo del 68 y las prácticas de emancipación que estuvieron en el origen del movimiento obrero.

Uno de los rasgos más sorprendentes de esa especie de arqueología del movimiento obrero es que, mientras la norma sociológica establece que la gran masa de trabajadores solo merece ser tratada estadísticamente, Rancière restituye con infinito cuidado trayectorias de vida singulares. Pero no se trata de existencias representativas de la identidad obrera, sino de vidas que se pusieron en movimiento, que se transformaron volviéndose otras y dejaron así de identificarse con ninguna condición general. Por eso son vidas interesantes en sí mismas. Vidas plebeyas que, al ser arrebatadas por el fuego de la poesía o las perplejidades de la filosofía, se salen del orden, dejan de contribuir a la reproducción social y así pueden dar cuerpo y alma al drama individual y colectivo de la emancipación, la gran aventura ética y política de nuestro tiempo. Vidas de proletarios intrusos en el monopolio burgués de la representación del mundo. Vidas de “devoradores de ideas” que, lejos de guardar las formas académicas que neutralizan el saber, llevan salvajemente lo que leen a la existencia. Vidas excepcionales, vidas excesivas, vidas imposibles según todos los patrones admitidos, que por eso solo pueden sostenerse en las alturas vertiginosas de la emoción literaria o en los abismos sin fondo de la metafísica, pues no tienen ni precedentes históricos ni lugar en ningún orden simbólico, y su mera existencia desgarra el orden social.

Por eso, quien lea este libro pensando que así va a asomarse al simple modo de pensar de un simple trabajador se llevará más de una sorpresa, especialmente en un tiempo como el nuestro, en que “lo obrero” se volvió la imagen de todo lo más arcaico y reaccionario. Louis-Gabriel Gauny, cuyos escritos seleccionados, ordenados biográficamente y presentados luminosamente por Rancière componen este volumen, fue un simple carpintero del siglo xix que nunca salió de la condición obrera. Pero este simple artesano, que nunca dejó de tener que ganarse la vida con el sudor de su frente, vivió también otras cien vidas: fue también un poeta melancólico, un moralista cáustico, un sonámbulo de este mundo y soñador despierto de otro, un lúcido analista de los sinsentidos del trabajo, un asceta miembro de una olvidada secta social-religiosa, un precursor de la contracultura, un revolucionario incendiario, un filósofo de una tradición que él mismo inventó, el creador de una economía personalísima de liberación, un sofisticado esteta, dandy, flâneur y vegetariano.

Ciertamente, Louis-Gabriel Gauny es todo un personaje que lleva la condición obrera a su límite de desidentificación, lo que hace de él un poderoso ejemplo de vida emancipada. Sin embargo, fuera del evidente interés histórico o erudito, ¿cuál es la urgencia práctica de los escritos de Gauny?, ¿por qué leerlos hoy? Tal vez porque en ellos podemos aprender algo de vital importancia en el contexto de gran precariedad en que la viven prácticamente la totalidad de subjetividades resistentes al neoliberalismo dominante. Lo esencial que estos textos muestran es que incluso desde las condiciones de mayor precariedad es posible no hacer de lo económico algo de lo que se depende ciegamente y a lo que hay que adaptarse sin remedio (viviendo, trabajando y pensando de cualquier manera que exija el mercado en cada momento), sino el terreno de un ejercicio de reflexión y de elección personal. Muestran por ello que la filosofía, lejos de ser un artículo de lujo, es una necesidad vital para quienes no tienen nada o casi nada más allá de sus vidas.

Estos textos constituyen también un verdadero repertorio de gestos de emancipación: una mirada que huye de la atención a las herramientas de trabajo y se pierde por la ventana con ensoñaciones de otra experiencia; lecturas nocturnas de libros que no nos estaban destinados; cartas llenas de esperanzas y emociones guardadas demasiado tiempo, enviadas a amigos que comparten nuestra condición; paseos ociosos para ver los espectáculos de la ciudad que se vuelven el primer derecho de un trabajador emancipado. Muchos de estos gestos de pensadores plebeyos como Gauny estuvieron en el origen del movimiento obrero. Hoy podrían constituir una fuente de inspiración para quienes aspiran a desconectarse de los dispositivos de poder contemporáneos y exorcizar el espíritu neoliberal que los anima. Gauny nos aparece como el precursor directo de los desgarros e ilusiones, de las inquietudes y luchas que son el pan cotidiano de los intelectuales precarios de hoy. Quién sabe si también podrá inspirar futuras asociaciones de trabajadores libres o autónomos… En cualquier caso, Gauny es nuestro predecesor.

Jordi Carmona Hurtado
Madrid, mayo de 2020

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