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PABLO MANOLO RODRÍGUEZ: NUEVA EPISTEME Y CAMBIO DE ÉPOCA

PABLO MANOLO RODRÍGUEZ:
NUEVA EPISTEME Y CAMBIO DE ÉPOCA

Reseña a Las palabras en las cosas. Saber, poder y subjetivación entre algoritmos y biomoléculas, de Pablo Manolo Rodríguez, por Agustina Marin en Estudios Posthumanos

Este texto fue originalmente publicado en la revista Estudios Posthumanos, “Culturas tecnológicas”, año II, nro. 1, otoño de 2023, Ediciones La Cebra.
Agradecemos al colectivo Estudios Posthumanos la autorización para reproducirlo aquí.

¿En qué medida podemos afirmar que nos encontramos ante un verdadero cambio de época? ¿Cuáles son las condiciones históricas y materiales que nos podrían permitir hablar de la conformación de una nueva episteme? Retomando el proyecto arqueológico de Michel Foucault en Las palabras y las cosas, Pablo Manolo Rodríguez se embarca en el viaje de responder a estas preguntas. Su investigación consiste en un rastreo histórico tan riguroso como urgente que, mediante la recuperación del método genealógico, busca detectar cuáles fueron los hechos históricos que dieron lugar a la gran sucesión de transformaciones que hoy podemos observar en las sociedades contemporáneas, remontando los orígenes de estos cambios al siglo XVIII. Tres serán los filósofos de los cuales partirá para embarcarse en esta investigación. Además de Foucault, el autor retoma a Gilles Deleuze y a Gilbert Simondon, y es a partir de estos tres pensadores que el autor buscará inscribir tanto a la cibernética como a todo lo que la rodea “en un marco general de transformaciones que señale la procedencia de sus problemas y la historia de sus condiciones de posibilidad. Esto es, que pueda establecer una genealogía y una arqueología” (17).

El trabajo presentado en el libro se desarrolla con miras a retratar de qué manera se ha conformado una nueva condición epistémica en la cual estamos viviendo actualmente. Desde los cambios y aceleraciones en los usos cada vez más sofisticados de la tecnología y la magnificación de sus alcances, pasando por el desarrollo de la inteligencia artificial y el capitalismo cognitivo, hasta aquello que el autor describe como biopolítica molecular. En este sentido, el trabajo realizado por Manolo –que él mismo reconoce como “ecléctico”– abarca una gran variedad de disciplinas, ciencias e historias. Todas ellas son conducidas por su investigación hacia lo que se busca comprender como una nueva episteme. Se trata de pensar en aquellos “hilos que mueven a la vez la filosofía, la biología, la filología, la economía” (18), y tantas otras disciplinas y saberes, conformando un ordenamiento general que está abierto a reconfigurarse a través del tiempo.

En este sentido, mientras Las palabras y las cosas de Foucault nos mostraba el quiebre entre la época clásica y la época moderna señalando la aparición de la economía política, la biología y la filología, Las palabras en las cosas de Manolo Rodríguez se dedica a estudiar otro ordenamiento de saberes que incluye la aparición de nuevos conceptos que se infiltran en las ciencias ya existentes y, así, producen una serie de alteraciones en nuestras maneras de concebir la vida y el lenguaje. Entre estos nuevos conceptos, encontramos la noción de “información”, cuya centralidad será enfatizada por el autor al declarar que se trata de un concepto que se encuentra en todos lados en la actualidad (pasando por la genética informacional hasta la sociedad de la información). Ahora bien, la pregunta por cómo es que este concepto logró infiltrarse en las ciencias hasta el punto de alterarlas en su propia constitución será abordada en el libro, y el desarrollo conceptual derivado de aquello nos permitirá pensar de qué manera estas nociones han cobrado tanta centralidad en la época actual. Además, siendo fiel a la herencia foucaultiana, en este rastreo el autor buscará definir cuál es el a priori histórico que devino en estos cambios, haciendo que se conforme efectivamente una nueva episteme a partir de la cual pensamos y que condiciona nuestro estar el mundo. De esta manera, en el a priori histórico de la nueva episteme, Manolo reconocerá al signo como el principio de todas las cosas. Pero no se trata de cualquier signo, puesto que ahora “el signo, la información, se convierten en complejas realidades independientes en experimentos, obras, sistemas filosóficos, prácticas tecnológicas, etcétera” (96). Es por esto que Manolo señala cómo el concepto de información debe ser acompañado por otros conceptos para poder desplegarse tal como lo hace. Se trata de la comunicación, la organización y el sistema; todos ellos desarrollados en el libro.

En el marco de esta serie de transformaciones ocurridas dentro de lo que se describe como un cambio de episteme, a partir del cual “los saberes ya nunca serán como antes” (113), es preciso señalar cómo todo aquello ha afectado a la forma de vida humana y la manera en que esta pasó a ser concebida, así como cuáles fueron las formas sofisticadas de control derivadas de dicha concepción. En otras palabras, ¿en qué ha devenido el sujeto contemporáneo a partir de todo esto? Siguiendo a Manolo, veremos que ya no se trata del mismo control de los cuerpos característico de la sociedad disciplinaria descrita por Foucault. En lugar de aquello, podríamos afirmar que, dentro de esta nueva episteme, el control se agudiza aún más, adquiriendo otros matices. De este modo, la imagen del sujeto soberano nos resulta insuficiente para comprender las modificaciones sufridas ante el avance de los nuevos usos tecnológicos, puesto que estos últimos fragmentan al individuo en una serie de datos e información medida a través de la estadística. Mediante estos procesos, son los mismos datos los que se vuelven susceptibles a ser controlados y modificados por el trabajo de los algoritmos, generando nuevas formas de programación que, en su despliegue, actúan de manera tal que trascienden aquella vieja concepción del individuo. El control sobrepasa los límites del cuerpo y, en esta fragmentación, hace de cada dato una cosa administrable y regulable. Se trata de un control biomolecular que actúa reduciendo la figura de lo humano en formas de hibridación que dan lugar a lo que, hacia el final del libro, se presenta como las nuevas ciencias posthumanas.

Entonces, retomando el trabajo de Foucault del cual parte este libro, podemos afirmar que ya no nos encontramos en una episteme moderna, donde primaba el estudio del hombre y su historicidad a través de los conceptos de vida, trabajo y lenguaje. Mientras en la modernidad la episteme giraba en torno a la representación del sujeto y su capacidad de comprender la realidad de manera fenoménica, podríamos decir que, en la época actual, el surgimiento de nuevas ciencias tales como la inmunología o la biología molecular no resulta indiferente; al contrario, estas ciencias irrumpen habilitando la conformación de un panorama bien distinto. En este sentido, Manolo describe de qué manera surge una biología nueva que se diferencia de las anteriores, dentro de la cual la informática ocupa un papel fundamental. En estos nuevos escenarios, las representaciones mismas se vuelven autónomas y son capaces de alojar y producir conocimiento por su cuenta. Nos encontramos ante el mundo de la información y la comunicación, donde el lenguaje como tal deja de ser propiedad exclusiva del existente humano y pasa a encontrarse en las cosas mismas, en un sentido amplio, abarcando toda la materia.

En cuanto al desarrollo conceptual, que rastrea de qué manera se conforma un nuevo a priori histórico (Foucault), el autor distingue dos etapas. En primer lugar, lo que llama una autonomización de los signos, que se desarrolla entre 1750 y 1850 a partir de la invención de la estadística y su capacidad de medición de ciertas regularidades sociales, y su vinculación con la probabilística y la termodinámica. En segundo lugar, aquello que llama la formalización de los signos, que tiene lugar entre 1850 y 1950. En este período, los signos no solo se vuelven autónomos, sino que incluso la realidad misma se ve transformada por esta nueva disposición a tal punto que “se constituyen nuevos campos empíricos en el interior mismo de las ciencias humanas” (79). En este contexto emergen las nuevas formaciones discursivas, relacionadas sobre todo con la cibernética y la TGS (Teoría General de los Sistemas), las cuales introducen conceptos como: comunicación, información, sistema y organización, cada uno de ellos también desarrollados por el autor en sus respectivos apartados. El punto es que todos estos conceptos comenzaron a influir de manera decisiva en diversos saberes y ciencias, tales como la biología, la psicología y la sociología, entre otras. El resultado de estos cruces dio lugar a una proliferación de nuevos discursos que emergieron paralelamente junto con una serie de prácticas e intervenciones tecnológicas que, en su conjunto, acabaron dando lugar a una configuración distinta de los saberes. A partir del surgimiento de conceptos como el de programa, por ejemplo, o el de teleonomía, que hace referencia a la búsqueda de un fin o propósito que puede tener cualquier tipo de sistema, se observa, entonces, una modificación en la supuesta exclusividad ontológica humana. Ahora se trata más bien de una ontología compartida con las máquinas y los animales, quienes también pueden comunicarse y buscar sus propios fines. De ahí surge la figura de lo posthumano, junto con su consecuente desplazamiento del humano desde el centro hacia una periferia, en donde se encuentra más emparentado con todo lo demás.

Finalmente, es preciso señalar que dichas figuras epistémicas contienen una dimensión política al considerar el modo en el que producen nuevas subjetividades. En un contexto de constante tecnologización y digitalización del trabajo que muchas veces deviene en alta precarización laboral, de moldeamiento de opinión a través del desarrollo de algoritmos más eficaces que nunca, comprendemos que estos procesos y muchos otros están relacionados con la condición epistémica posmoderna de la cual venimos hablando. “Hace casi setenta años que las palabras, las cosas, las imágenes y los humanos son radicalmente diferentes de lo que habían sido” (492). De este modo, el trabajo de rastrear las distintas confluencias que nos trajeron hasta acá se vuelve una tarea urgente, puesto que deberemos “creer en este mundo” (493), aun sabiendo que lo que queda por delante es incierto.

Agustina Marin

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