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Instaurar lecturas de filosofía en lugares desviados

INSTAURAR LECTURAS DE FILOSOFÍA EN LUGARES DESVIADOS

A partir de la actividad “Por una política menor”, el martes 29 de octubre en PLANTA de Investigación y Creación Tranversal, organizada por Editorial Cactus, con la intervención del Laboratorio de experimentación del movimiento coordinado por Jazmín Titiunik, Silvio Lang y su texto “Aberrancia aplicada 2015-2019: memoria de un método de combate” y Diego Sztulwark en diálogo con David Lapoujade.

Por Marie Bardet

Quisiera tomar la palabra nombrando la situación de hoy: el hecho de juntarnos para volver sensibles unas lecturas situadas de libros de filosofía, de libros de Cactus, de libros de Lapoujade. Juntarnos para dar a ver las derivas extrañas de lectores y lectoras, de lecturas, de sus libros en prácticas escénicas, pensamientos políticos, cocinas grupales… Lecturas que, como decíamos ayer con una sonrisa de complicidad evidente, no ocurren para nada en Francia.

Instaurar lecturas

Uno de los conceptos que Lapoujade hace circular con fuerza a partir de su lectura de Souriau es más bien un gesto, el gesto de instaurar. Y agrega una precisión: “instaurar no es fundar”. Propongo pensar que nos juntamos hoy a intercambiar gestos; gestos que instauran lecturas, es decir instaurados por lecturas, y que instauran modos de leer: ¿Cómo instauran las lecturas situadas, fugitivas, colectivas, danzantes, divergentes? Es decir, ¿cómo unos gestos, además de inaugurar experiencias extrañas como “leer moviendo”, legitiman lecturas desde un no saber fundante? ya que no solo (y muy poco) se leen en carrera de filosofía. ¿Cuánto entonces esas lecturas autodidactas, artistas, activistas, de esquinas y cocinas, instauran, es decir, hacen existir otros modos de pensar, otros modos de hacer y otros deseos de teoría? Ni instituir, ni destituir, sino instaurar voces que se emiten y se escuchan, que se escriben y se leen, insistiendo aquí desde lo que Silvia Rivera Cusicanqui llama “el efecto autoral de la escucha” y “el pudor de meter la voz”. Hablar desde lecturas situadas y desviadas.

“¿En qué se distingue instaurar de fundar? El fundamento preexiste en derecho al acto que no obstante lo sitúa; es exterior o superior a aquello que él funda, mientras la instauración es inmanente a lo que instaura. La instauración solo se sostiene con su propio gesto, nada le preexiste -de allí la filosofía de los “gestos” de Souriau-. Dicho de otro modo, fundar es hacer preexistir mientras que instaurar es hacer existir, pero hacer existir de alguna manera. Haber descubierto una manera de existir, una manera especial, singular, nueva y original de existir, es existir a su manera” (IF, p. 367). Las existencias ya no reciben la luz de una fuente exterior, sino que la producen en el curso del proceso anafórico que trazan, entre oscuras profundidades y lúcidas cumbres.” (Las existencias menores, p. 73.)

Una pregunta se hace hueco en las lecturas cruzadas: ¿cómo hacemos experiencia, cómo experimentamos cuando hay crisis del fundamento -y que, a su vez, rehusamos a entregarnos a una posverdad? “Experimentar no es un viaje en crucero” concluyó una charla post asado Lapoujade el lunes pasado… y por eso merece reformular y precisar la pregunta, que puede radicar en lo que Lapoujade retoma del “empirisimo transcendental” de Deleuze. Es una pregunta que nos está sublevando en nuestros procesos de creación estética; de re-invención de nuestras relaciones afectivas; de edición, publicación y circulación erótica de las palabras; y de experimentación política: ¿Cómo existencias no preexistentes se instauran en las insurrecciones que nos atraviesan, acá en las calles, asambleas, sindicatos, camas, de las olas feministas, pero también en Haití, en Chile? ¿Es decir como hacen existir, persistir algo, sin ser iluminadas por explicaciones y fundamentos “de afuera” sino que “producen su luz en el curso del proceso anafórico que trazan”? Y si nuestras lecturas están situadas, están hoy rodeadas por lo que resuena fuertemente desde Chile “NO +”, “SOMOS +”; “VAMOS POR TODO” o “LO QUEREMOS CAMBIAR TODO”.

Gestos de instaurar

“NO MÁS” No es ni la revelación de intereses por fin claramente concientizados, ni la suma de reivindicaciones que finalmente convergen; sería más bien el gesto de instauración de otra sensibilidad, de otro imaginario, y de otros gestos que poniendo el cuerpo (hasta trágicamente) gritan “NO MÀS”. Lo que iba, ahora no va más. Este cambio de umbral perceptivo es “hasta que la dignidad se haga costumbre” marcando así un cambio de régimen perceptivo radical y definitivo a la vez que “menor”. “SOMOS MÁS” también es marca, más que de una mayoría, de esa radicalidad del pasaje de umbral. La precisión de la frase “No son 30 pesos, son 30 años” es el registro de que se trata de un pasaje de umbral de sensibilidad de lo in-soportable, de un desplazamiento de las líneas de lo que es “violento” y no una suma calculable (y por ende previsible) de la revuelta colmada. Esta frase, aparecida en los primeros días de la insurrección chilena como una aclaración necesaria “no nos equivoquemos, sabemos muy bien que no son por 30 centavos sino por los 30 últimos años de neoliberalismo, de constitución heredada de la dictadura, de fantochada de la democracia liberal, etc”. Esta frase, opera como esa “luz producida en el curso del proceso anafórico que trazan, entre oscuras profundidades y lúcidas cumbres”.

Lapoujade leyendo a Souriau, subraya que esos “gestos” que instauran nuevas formas de vida sin fundamento previo, a partir del pasaje de un umbral sensible, son inseparables de cierta lucha por instaurar legitimidades en sus formas aberrantes. No es decir que tienen que pasar por la ratificación de la ley, o de su legitimación necesariamente, sino que el movimiento aberrante por el que saltan un umbral de existencia tiene la fuerza menor de su impulso, y que esa fuerza es un forzar para volver esa nueva vida un poco más vivible.

“Si estos gestos son importantes, no es solo porque instauran nuevos modos de existencia, sino porque son creadores de derecho. Es en virtud de la amplitud de estos gestos, y no de un fundamento exterior, que un modo de existencia conquista su legitimidad. Un modo de existencia se justifica por sí mismo o más bien está justificado por el gesto inmanente que acrecienta su realidad.” (Existencias Menores, p74)

Una puja por crear un derecho a vivir esas nuevas existencias, pero no tanto como ley buscando apelar a un reconocimiento desde “afuera” o desde “arriba”, sino más bien como ensanchamiento de la realidad de las formas nuevas de vida, procesos inmanentes de legitimación sin legitimidad, aire apenas más respirable a lo largo de sus “movimientos aberrantes”. Permite prestar atención a cuánto nuestros gestos de instauración no son exactamente gestos de repliegue sobre “solamente” las “simples” formas de vida o de “reducción” a una “micropolítica” que se desarticularía de la macro política. Sino pensar ¿cómo ponen cada vez en juego el espacio/tiempo en los que se “pueden” llevar adelante la afirmación sin gran seguridad de lo que garantice nuestras maneras de vivir? Allí en el temblor de una luz de vela que acompaña un movimiento que no espera la gran legitimación visible del proyector que acredita y deja bien en claro, fundamentado, sellado y encasillado en una legislación nueva, instauran e insisten los bordes cristalizando de una casuística de gestos vitales, “tropismos de la disidencia” (como dice val flores), “cultivo de gestos” como decimos a varias voces en Cactus con Haudricourt.

Es que estoy (no) volviendo de la marcha del orgullo de este sábado, y sigue pulsando además de la música y sus derivas, esta sensación de haber ensanchando, un rato apenas, el espacio donde se podía hacer nuestras vidas tortas, maricas, trans, travestis, queer, escapando al imperativo binario y cis-heterosexista y normativo, un poco más vivible, sin olvidar a su vez que una semana antes mataban a “La Chicho” en La Plata por haber expresado su deseo hacia un varon, o el video del ataque lesbofóbico en Parque Avellaneda en estos días. Pensar conjuntamente instauración de formas vitales y ensanchamiento del cauce en las que se despliegan, hacen fotosíntesis, trepan, ocupan hendiduras lejos de la gran luz del fundamento legitimante a priori, pero no por eso retiradas de toda disputa por los im-posibles. En un sentido específico como lo acuñó en bandera y folletos Nicolas Cuello para la Marcha del sábado: “Hagamos imposible la normalidad”.

Esos movimientos legitimantes sin legitimidad fundada (ni fundante) en lo jurídico como correcto y normal, permiten desplazar algunas líneas de quiebre que forman el paisaje en el que se encierran muchos de los debates a menudo estériles: la oposición entre formas de vida VERSUS derechos por ejemplo. (Vuelvo aquí a pensar por ejemplo en los debates en torno a la ley de matrimonio igualitario, que como dice Schérer en el prefacio del Deseo Homosexual de Guy Hocquengheim “Se entiende de sobra que su lógica tiene poco o nada que ver con la madeja en la que se enreda la reflexión contemporánea de y sobre la homosexualidad, con su humanismo rampante, atrancado entre el personalismo y lo jurídico de un “sexualmente correcto”. Tacha esto de un golpe; y, sin descuidar la cuestión de los derechos, puesto que se trata de una lucha iniciada y muy real, confiere a la realidad por conquistar una dimensión completamente diferente: la de una sociedad de un nuevo tipo, que no descansa sobre la exclusión con sus falsos problemas de sujeto y objeto, su celosa protección de los cuerpos, de una esfera privada que – lejos de ser espacio de libertad- es aquella en donde se deciden todas las formas de prohibiciones (…)” (p15-16). Pero también desplaza otras líneas, como la que opone organización /espontaneismo. En todo caso, el gesto que instaura abre un espacio/tiempo que, atento a la luz de su trazo, estableciendo las lucideces en el rebote de los destellos, escucha la resonancia de esas existencias que están instaurándose.

“Queremos cambiarlo todo”

No es respeto hacia una diversidad que se sueña mayoritaria, es un pasaje de umbral, radical e ínfimo a la vez, en la repartición de lo aceptable. ¿Cómo escuchar un menor (moindre en los términos de Lapoujade-Souriau) que escapa a la discusión por mayoría y minoría? Menor aquí es el umbral diferencial, así como un Fechner lo planteó en sus teorías de la percepción. Un mundo de pequeñas olas, emergencias y surgimientos de “lo menor” “le moindre”, el apenas que cambia todo, como en la expresión, “al menor cambio”. Ahí también podemos escuchar la interpelación a muchas de las prácticas feministas “¡Mezclan todo!”. Un poco como operaron con el insulto “Queer” que fue un insulto revertido en una piso desde donde erguirse: sí, “mezclamos todo porque está todo mezclado”. Pero esta mezcla no es exactamente “cualquier cosa”, en el sentido que “todo vale”, es más bien la conexión concreta de “cualquier cosa” con “cualquier otra” (como ese día un libro con una danza).

La exigencia es dar cuenta y consistencia a las luces que van emergiendo sabiendo que instauran nuevas formas de vida, y nuevas envergaduras de vidas posibles. No es entonces ganarlo todo, en una conquista totalizante del territorio. Sino afirmar el tono de voz de lo menor, lo apenas pasaje de umbral que cambia, de raíz, “todo”, es decir cualquier relación (rapport) singular con cualquier nueva existencia instaurándose.

Deseos de teoría

Finalmente, ¿qué deseo de teorías acompañan estos procesos de instauración con luz temblorosa propia? Tal vez ya no sea la gran explicación (justamente porque es imposible explicar sin fundamento) sino dar cuenta de modos de existencia y los procesos de ensanchamiento de los im-posibles pujando por una legitimidad sin legitimación. ¿Qué voces teóricas pueden ajustarse a experiencia sin fundamento pero que instauran? ¿Qué deseo de teoría que no sería el ideal del diagnóstico de conyuntura fundante? ¿Cómo volver esas voces cajas de resonancias, cocinas de consistencia ni propia ni ajena registros movientes de la luz que acompaña el proceso anafórico repetido iterado de nuestros gestos de instauración? Gestos infundados pero instaurativos gestos ahuecados por vulnerabilidades, y cierto arte queer del fracaso, que gana sin embargo, en in-determinación y trans-lucidez que sabe del “derecho a la opacidad” (Edouard Glissant).

 

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