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ANIMALES Y HUMANOS. UNA COSMOPOLÍTICA SITUADA

Reseña de La cosmopolítica de los animales, de Juliana Fausto
por Germán Di Iorio para Estudios Posthumanos

Por German Di Iorio
Estudios Posthumanos, nro. 4, otoño 2024

Si bien desde su título este libro se ubica dentro de una constelación relativamente determinada de pensadorxs contemporánexs, es conveniente atender a la necesidad conceptual que articula La cosmopolítica de los animales. En efecto, antes que explicitar el reciente –pero ya delimitado– corpus de los Estudios Críticos Animales en su vertiente posthumanista con el que dialoga Juliana Fausto, preguntémonos: ¿Cómo podríamos pensar la relación entre la política y los animales?  Dicha relación en el pensamiento occidental está destinada a ser problemática desde el momento en que lo político, dada su imperante tradición aristotélica, se constituyó a partir de la separación del hombre con respecto a los demás animales. Este axioma de la filosofía política tradicional, gracias al cual Aristóteles incluso niega la posibilidad de amistad entre lo humano y otras especies, es sin duda experimentada como un malestar acuciante de modo cotidiano por varixs de nosotrxs. Tener un contacto excepcional con una alejada comunidad de animales no humanos está lejos de ser un requisito para comenzar a sospechar que algo anda mal con esa tajante y naturalizada separación entre la animalidad y la política como presupuestos que condiciona nuestros modos de cohabitar la Tierra.

En el caso de Fausto, ese reclamo por repensar la relación entre políticas y animales es disparado por Bruxo, Nausícaa y Batatinha, tres gatos “rescatados” por la autora que la llevaron a replantear el estatuto político de este accionar. Cierto es que este dato puede ser relegado al campo de lo anecdótico; lugar en el que, por lo demás, se ubica gran parte de las experiencias que no encajan dentro del marco epistémico hegemónico, y en el que por eso mismo son calculadamente olvidadas varias de las sospechas acerca de una política animal. Ahora bien, en este caso, pensar estos tres gatos como “refugiados políticos” ante la violencia higienista que experimentan los animales no humanos (o los humanos animalizados) en Río de Janeiro nos inserta en un elemento central de la metodología del presente libro: antes que recurrir a postulados universales, la argumentación está siempre encadenada desde “conocimientos situados”. De modo que, frente al tabú académico contra las experiencias personales, Fausto subvierte esta metodología tradicional para trastocar en igual medida la delimitación antropocéntrica del objeto de la política.

Al hablar de “conocimientos situados” aparece una referencia hacia la epistemología de Donna Haraway, siendo ella una fuente primordial de La cosmopolítica de los animales. Eso nos podría alcanzar para rastrear la utilización por parte de Fausto del término “cosmopolítica”, pues se trata de un concepto que desde las relaciones multi-especies que propone Haraway conlleva la imposibilidad de limitar la política al registro de lo humano. No obstante, la cuestión de por qué hablar de “cosmopolítica” antes que de “biopolítica” o “necropolítica” no responde meramente a una preferencia personal. Ocurre que al pretender abrir el campo de la política a los otros animales encontramos que la herencia aristotélica que los excluye se continúa por diversas vías en pensadores críticos de la soberanía clásica, como lo son Giorgio Agamben, Roberto Esposito o Achille Mbembe, entre otros post-foucaultianos. En el caso concreto de Agamben, Fausto ensaya profanar su concepto de nuda vida para resignificar el estatuto sacrificial con el que el hombre ubica a lo animal. Empero, es Agamben mismo quien en un intercambio de mails con la autora le rechaza tal tentativa, tanto para la nuda vida en particular como para la política en general. Dada esta negativa del maestro italiano por pensar la existencia política de los animales, La cosmopolítica de los animales se vuelca hacia la conceptualidad deleuzo-guattariana y sus derivadas contemporáneas, como Haraway, Vinciane Despret e Isabelle Stengers. Es dentro de este marco teórico-práctico, impulsado por necesidades afectivas y conceptuales, que los animales no sólo son considerados como pacientes del poder, sino también como agentes políticos, siendo esta doble vertiente aquella apertura ontológica que ofrece la cosmopolítica.

De este modo, Fausto propone una politicidad animal que no remite a la institucionalización por parte de los Estudios Críticos Animales en tanto la cosmopolítica no se limita a una disputa, sea bienestarista o abolicionista, con la forma-Estado y su estructura jurídica. Frente a esa universalización mediante el sujeto de derechos, los conocimientos situados sobre los que se articula La cosmopolítica de los animales dan cuenta de la complejidad ontológica irreductible de los problemas planteados. Cada caso posee condiciones singulares y heterogéneas, a la vez que sus análisis se enriquecen recíprocamente por el entramado diferencial que tejen a lo largo del libro. Por ello, no podemos –ni sería deseable– sintetizar los extensos cuatro capítulos conceptualmente cargados que hacen al libro. En cambio, atendiendo a las resoluciones sobre qué es la política que cada uno propone hacia su final, a la breve introducción, y al quinto capítulo, mucho más corto y que funciona como una conclusión propedéutica del libro, detengámonos en algunas de las situaciones examinadas que nos resultaron más significativas.

En “Errantes”, el primer capítulo, encontramos gran parte de los cimientos del libro, tanto por la narración de las motivaciones personales que enmarcaron su escritura, como por la exposición de varias de fuentes teóricas (dos vertientes que, por lo explicado arriba, no se deberían conceptualizar por separado). Luego de contar la aparición de Bruxo, Nausícaa y Batatinha, los tres “resgatinhos” de su vida, y de mostrar el bestiario platónico sobre la política que existía previamente a la reducción antropocéntrica de Aristóteles, Fausto analiza el caso de la isla Stephens, en Nueva Zelanda. Allí, para prevenir la extinción de aves autóctonas, se declaró una guerra contra los gatos (animal foráneo), llevándolos a su erradicación. La cuestión aquí es que en miras a un fin noble se emplea una solución demasiado fácil que desatiende las implicancias de sus medios, reproduciendo la máquina de exterminio como si ésta no tuviese alternativa posible (i.e., o bien las aves autóctonas, o bien los gatos errantes).

Frente a esa alternativa infernal, justificada desde una perspectiva utilitaristas, la autora nos invita a pensar mediante una desaceleración de las prácticas a partir de la figura deleuziana del “idiota”. Si se pretende que un problema ya está teóricamente resuelto y sólo falta llevar adelante lo más pronto posible su implementación, el idiota reproblematiza la cuestión, dando lugar a otras modulaciones del pensamiento con sus respectivas resignificaciones de las prácticas. En efecto, incluso cuando se admite la ineficacia de la exterminación de una especie en beneficio de otra, se perpetúa tal lógica simplificadora del dominio porque no se asume que el problema de la muerte es inerradicable. Por eso, en vez de la tan anhelada como imposible solución final, se trata para Fausto de aprender a cohabitar los espacios sin pretender someter el mundo a la estructura del pensamiento, buscando, aunque no sea más que provisoriamente, nuevos modos de co-habitar que redistribuyan la mortalidad.

Mientras que en “Errantes” la figura animal central es el gato, en “Confinados”, el segundo capítulo, toma el protagonismo la del mono. Fausto comienza recuperando la importancia del abordaje político en la primatología y nos propone pensar, junto a Brian Massumi, una política animal que no se reduzca a los paradigmas humanos. Para ello se debe empezar por explicitar el lugar del espectador humano en las narrativas que produce sobre los animales, pues muchas veces se invisibiliza el encuadre zoológico sobre el que se montan las observaciones científicas. Este dispositivo de confinamiento, paradigma de la soberanía humana sobre el animal, termina dando lugar a una relación patológica con los animales que no sólo desconoce su estado de cautiverio, sino que asimila sus comportamientos a las instituciones humanas. El zoológico, donde se recorta la duración y la calidad de la vida de los animales, llevándolos incluso al suicidio, significa la realización del sueño antropológico de dominar la naturaleza. Más aún, este tortuoso dispositivo de cautiverio emerge como un elemento decisivo en las políticas imperialistas, dado que en sus inicios exhibía a humanos de pueblos “primitivos” o “salvajes”.

Ante el zoológico como dispositivo de confinamiento que encarna al colonialismo europeo propio de la política occidental, Fausto contrapone la noción de “juego” para aproximarse a una política animal. Ocurre que el juego, en su aparente falta de finalidad evolutiva, sirve para el alegre desarrollo de competencias sociales entre los animales, de tal modo que les permite devenir agentes morales con una noción de lo que es justo al interior de una comunidad. Así, en vez de un derecho universal de los animales, Fausto aboga por una jurisprudencia animal que tiene como campo de emergencia al juego. Por eso el juego excede el simulacro de combate y permite la creación de nuevos sentidos, rompiendo con la concepción pasiva de los animales no humanos al darles agencia en la construcción de sus sistemas morales. En ese sentido, la política animal no significa un quiebre respecto de la humana, sino una desarticulación de su imposición jerarquizante. Claro está que todo este discurso sigue siendo del humano, pero lo significativo está en mostrar cómo también es más que eso, pues el juego y su concepción de justicia que implican un exceso de expresividad que, tal como evidencian los monos, no es potestad de lo humano.

“Experimentales”, el tercer capítulo, continúa con la figura del mono, pero ahora en vez de la primatología se la rastrea desde la literatura. Aparece entonces Kafka que con su escritura animal propone, según la perspectiva deleuzo-guattariana, una política de los devenires que escapa de la forma humana. Dentro del bestiario literario kafkiano, Fausto se detiene en “Informe para una academia”. Este cuento no sólo le permite pensar el colonialismo británico sobre África, sino también cómo el devenir-humano del mono Pedro el Rojo traza un simulacro de antropomorfización parar derivar en una alianza multiespecífica y multigénero. En efecto, la escritura kafkiana permite desantropomorfizar la lengua, dando lugar a una literatura menor que inventa un pueblo más que humano. Esta idea se refuerza con el análisis de “Josefina la cantora o el pueblo de los ratones”, donde la voz deja de ser una potestad del hombre imperialista y colonizador para entablar una línea de fuga con otras formas de vida silenciosas. Dentro de esta cosmoliteratura, Fausto incorpora los poemas animales de Ted Hughes. Se trata de un tipo de escritura que lleva a un pensamiento que resignifica nuestro devenir-con, habitando el mundo ya no desde la dominación, sino relacionalmente. Luego, la autora analiza diversos modos de leer la zoopoética de Rilke para enfatizar su disputa contra la concepción cartesiana del “bestia-máquina” que heredamos de la modernidad.

Así, entramos al terreno que le da el título a este capítulo: la experimentación con animales. Fausto destaca muy bien la diferencia que hay en el discurso cartesiano a nivel científico, indiferente al sufrimiento animal en particular y a la afectividad en general que lo constituye, frente al nivel epistolar, donde aparece un resto de sensibilidad. Contra la purificación aséptica del discurso científico hegemónica, La cosmopolíticas de los animales indaga la reciprocidad de las prácticas científicas donde, sin tener una visión ingenua de las dinámicas de poder, el trabajo con animales implica afectos y relaciones intersubjetivas. Se pasa así de la Josefina de Kafka al OncoRatón de Haraway dado que la cosmopolítica animal conlleva su interconexión con el arte y la ciencia. Lo que aúna ontológicamente estos espacios heterogéneos es la afectividad animal necesaria para su funcionamiento.

Continuando con la figura del roedor, “Desaparecidos” rastrea los “candangos”. Este nombre corresponde a los obreros que trabajaron en la construcción de Brasilia, pero también a una especie de rata encontrada en el territorio que se extinguió con la formación de la ciudad. Fausto conjuga hábilmente la ambigüedad semántica de los candangos para hablar de la destrucción de la vida de animales humanos y no humanos en la conformación de la capital brasileña. Dado este disparador, este cuarto capítulo analiza una serie de películas de “terror natural” –subgénero de la ciencia ficción– como la expresión de las ansiedades colectivas de la humanidad hegemónica frente a diversas minorías relativas a la animalidad. El gesto de Fausto reside en mostrar cómo el lugar que los animales ocupan en esa serie, como naturaleza descontrolada que debe ser regulada por la ciencia y el Estado, es análogo al de los obreros de Brasilia, brutalmente reprimidos y asesinados en 1959 al demandar mejores condiciones de trabajos. Bajo esta tesitura, y disputando con la concepción heideggeriana, el hombre, lejos de ser el configurado de mundo, aparece como aquél que lo empobrece: su despliegue implica la disminución de las potencias de las demás especies, llevándolas a su extinción, así como eventualmente a la propia.

Siguiendo esa dirección, La cosmopolítica de los animales caracteriza la sexta extinción masiva que está aconteciendo como un “estado de genocidio generalizado de alcance planetario” (p. 280). Por eso Fausto no se limita a entender el Antropoceno como una época geológica, sino que da cuenta de su estatuto político. Además de una aniquilación biológica, el Antropoceno consiste en un régimen de excepción en el que se cree que la extinción de otras especies no implica la imposibilidad de la vida humana. Tal ilusión se da tanto por un desconocimiento de la simbiosis de todo ecosistema, como porque la desaparición de una especie no es necesariamente un proceso inmediato. Sobre este segundo punto, Fausto emplea la figura del zombi para hablar de aquellas poblaciones que continúan existiendo, pero cuyo porvenir está imposibilitado debido a la pérdida de sus hábitats. El Antropoceno es entonces la época de los zombis, lo que nuevamente se refleja en las producciones audiovisuales contemporánea. Allí se imagina una epidemia zombi como expresión de la ansiedad ante nuestra extinción, esto es, la de transformarnos en aquello que producimos. Porque en rigor el zombi es el hombre, que contagia su extinción a las demás especies, creyendo que son ellas las que lo amenazan y por lo tanto clausurando su salvación. En se sentido, la propuesta cosmopolítica de Fausto está en mostrar desde una perspectiva latinoamericana y decolonial cómo nuestra salvación no se puede dar por fuera de las demás especies. Propuesta tan necesaria como compleja, porque la aceleración del fin de los tiempos es una experiencia vertiginosa que destruye la percepción y arruina la imaginación. Por ello se requiere de la creación de nuevas narrativas que dejen de reproducir la apocalíptica temporalidad antropocéntrica. Programa mínimo, y que sin embargo es aquél que quizá nos permita dar la apertura necesaria para la emergencia de nuevos sentidos vitalistas.

Finalmente, en “Outsiders” se vuelve a tematizar la exclusión de los animales del campo de la política como parte del gesto propiamente político con el que se entabla la guerra contra otras poblaciones. Cada uno de los cuatro capítulos recorridos arriba terminan preguntándose qué es la política; cuestión que resta abierta, pero que tenemos la responsabilidad de pensar con los otros animales. Por eso, en esta conclusión del libro Fausto nos dice que el concepto de guerra schmittiano sirve para explicitar la situación de los animales en el Antropoceno, mas no para pensar con ellos una alternativa. En efecto, los casos descriptos en esta reseña junto con otros que hacen a La cosmopolítica de los animales muestran que la respuesta animal ante la guerra no es más guerra, sino la búsqueda de otras salidas. Si por un lado la cosmopolítica nos permite comprender tanto que ninguna especie se salva por sí sola, como que la extinción de cada una implica la pérdida de todo un mundo, por el otro nos expone a narrativas divergentes donde la resistencia a la guerra contra el animal y la imaginación de mundos multiespecies se conjugan. Irrumpiendo en la política clásica con los conceptos de parentesco no sanguíneo y de juego, Fausto concluye que es desde la cosmopolítica de los animales que “muchas historias y criaturas –y ya no una única Historia– tengan una chance” (p. 332). 

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