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PERSPECTIVISMOS Y GLORIOSOS QUILOMBOS

PERSPECTIVISMOS Y GLORIOSOS QUILOMBOS

Texto leído en la presentación en Bogotá de Lo que nos enseñan los animales sobre política, de Brian Massumi, coeditado junto a Otros Presentes. Por Pablo Ires

Cuantos más ojos sepamos meter, más ojos variados sobre [una] cosa, más sólido será nuestro “concepto” de ella

Genealogía de la moral

Este aforismo, que podría servir de epígrafe para un programa político, ya que de política se trata aquí, es sintomático del lugar en el que nos encontramos en términos de lo que a veces se llama de manera un tanto rimbombante “el pensamiento de una época”, o más bien en términos más humildes, lo “impensado”, pues “todavía no pensamos” lo que sin embargo está ya ahí para ser pensado.
Y lo sintomático, en este aforismo, se presenta como un asunto de traducción (ya que estamos entre traductores), y es que la palabra que usa Nietzsche, augen, fue traducida de maneras diversas. Felizmente, en castellano se tradujo como “ojos”, pero en otras traducciones se tradujo como “miradas”. Y tal vez en ese deslizamiento se esté jugando un poco el destino del perspectivismo que, suponemos, hace falta construir.
Y es que, una vez destituida la peligrosa y vieja patraña conceptual que creó un “sujeto puro del conocimiento” –sujeto engendrador de todos los dualismos habidos y por haber, ya denunciado por Nietzsche en 1887 bajo el modo de “ese sujeto o agente al que se proclama rayo”, y al que se supone “hacedor de su resplandor y su trueno”, sujeto que hoy decimos destituido, pero que sin embargo dio y sigue dando tanto que hablar–, nos toca pensar qué tipo de perspectivismo habremos de crear, aceptando que ese sea el llamado atronador y su resplandor, ahora impersonal, de la naturaleza. Es el final tan bello del libro de Massumi: “si todo está vivo es porque la vida vive su propia abstracción”.
Decíamos entonces que tenemos que pensar en términos de perspectivismo. ¿Cómo traduciremos aquí nosotros, traductores políticos, este augen? Entonces, como uno de los posibles, podemos traducir esto como un perspectivismo de la mirada, más miradas sobre un mismo mundo, al decir de Von Uexküll, más miradas sobre el umgebung, el espacio objetivo que creemos compartir, el espacio-mundo.  Como si el ojo humano se volviera un poco loco… y no estaría mal, sería ya un avance, aportaríamos más miradas sobre EL mundo, más perspectivas sobre la Tierra.
Pero creo que aquí podríamos invitarnos a dar un paso más en la vía de este pluralismo, y es la invitación que hace Thibault de Meyer, releyendo este aforismo de Nietzsche, en su libro sobre la invención del perspectivismo animal: Quién vio a la cebra. Ya no sería “más miradas sobre un mismo mundo”, sino “habitar los múltiples ojos y sus mundos”, ojos encarnados, relacionales, subjetivos, más que humanos. Ya no un umgebung, sino muchos umwelt, tantas perspectivas como ojos. Ya no perspectivas sobre la Tierra sino desde la tierra. En el sentido en que el pintor Gauguin dice que “la tierra es nuestra animalidad”.
¿Pero qué sería mirar a través de los ojos de…? No parece tarea sencilla. Sería cuestión de dar acogida, o más bien de prestar atención a los múltiples puntos de vista, a los muchos ojos que habitan los muchos mundos.

Me parece que el libro de Massumi va en ese sentido. Su idea de continuum animal, y su lógica de la inclusión mutua (que, de paso, y como paso crucial, incluye a lo humano en ese continuum) se propone como una alternativa al pensamiento occidental que comandó durante tanto tiempo nuestra manera de ver.
Diré unas pocas cosas sobre este libro, que en serio (o en juego), vale mucho la pena leer.

1) Y digo en juego, porque es el punto de partida. Grata sorpresa, ya que el juego se nos había aparecido hace poco a través de otro discípulo de Deleuze, Zourabichvili, en El arte como juego. Y con Étienne Souriau a propósito del juego artificioso de los animales, en El sentido artístico de los animales. En este caso, Massumi, que no es ajeno a la artisticidad del animal, se concentra sobre todo en el animal que juega… pero en un juego muy especial, que no deja de ser un arte. Para ello, toma como fuente privilegiada a Bateson y la relación entre juego y combate. Interesante pareja, puesto que su disparidad es el punto de inicio que adopta Massumi para pensar la lógica de la inclusión mutua.
Este libro está lleno de guiños al catálogo de Cactus, o tal vez suceda que Cactus recoja los guiños que andan dando vueltas por ahí, otro ejemplo de inclusión mutua… Un caso es la noción de disparidad, noción central en la obra de Simondon, y de su lógica relacional que lleva los nombres de transindividualidad, transducción, modulación, etc.
¿Qué relación hay entre el juego y el combate? Massumi dice, a veces, que es una disparidad que reúne; otras, una reunión de diferencias que sostienen su diferencia al reunirse; otras, una mezcla de indiscernibles; por último, habla de un tercero incluido. Lo que nunca dice es que haya identidad o indiferenciación, que haya una sustancia o la completa contingencia. Ni identidad, ni contradicción ni tercero excluido. Todo el edificio tradicional (y moderno) de la lógica es cuestionado, pero no en nombre del puro caos, la nuda excepción o el puro azar inoperante, sino de otra lógica, que tal vez ya no sea una edificio, habría que ver… ¿será un termitero? En todo caso, sería un lugar, o más bien una política donde se puedan hacer sabias y finas distinciones, por ejemplo entre morder y mordisquear… No es lo mismo una política que muerde y una que mordisquea, ¿no?
Muchos animales juegan a combatir, mordisquean sin llegar a morder… Pero, ¿qué hacen cuando hacen eso? Massumi dice que juego y combate no se modelan uno sobre el otro (el juego modelado sobre el combate o el combate sobre el juego) sino que, una vez más con Simondon,  se modulan. La diferencia entre modelar y modular es una clave ética, estética y política. Gracias a Spinoza sabemos que una moral modela y una ética más bien modula. Hablando de estética, hay pintores que modelan y otros que modulan, y eso define materiales y gestos (se modela por el dibujo, se modula por manchas coloreadas y toques, como Delacroix y Cézanne). Otros discípulos de Deleuze (Eric Alliez / Jean-Clet Martin, en El ojo-cerebro), pensarán a fondo esta modulación estética. En cuanto a la política, habremos de preguntarnos cómo sería una modulación política, y no tanto un modelo o un modelado. ¿Avanzar en política por manchas coloreadas? ¿O en juego combatesco?
Hay una clave aquí que es la noción de tendencia, como alternativa a la noción de forma. Lo que se encuentra en una disparidad son siempre tendencias con potenciales dispares, no sustancias ni formas. O “propiedades” en lugar de objetos, en el sentido de Gabriel Tarde, tener en lugar de ser. O como prehensiones whiteheadianas. Y acá llegamos a algo que es muy fuerte en este libro, que son estas palabritas raras que salpican su recorrido, tales como “combatesco”, “cucarachesco”, “ballenesco”, “ratonesco”, “tigridad”… Me hizo acordar a lo que decía D.H. Lawrence del carácter manzanesco en Cézanne, que podía invadir a la manzana, pero también al retrato de su amada, y a tantas otras cosas. Hay un estilo, una tendencia o algo del orden del gesto que va más allá de la forma, del cuerpo o de la sustancia, es el “esco”, la “esquidad” (¿opuesto a la “quididad”?).
¿Qué hace un niño cuando juega al tigre? No juega con la forma visible del cuerpo de un tigre, al que tal vez ni conozca, ni lo imita, ni toma su lugar, ni lo encuentra en su territorio, sino que al “jugar con la variación” descubre algo del orden de la “tigridad”, y al hacerlo lleva “eso” (no identificable ni indiferenciado) a cualquier lugar, tal vez incluso a las estrellas, a donde ni un niño ni un tigre fueron alguna vez. Manera muy bella que encuentra Massumi para hablar de aquello que Deleuze y Guattari llamaron “devenir”, “territorio existencial”, “inmanencia” o “virtual”

2) El segundo elemento fuerte del libro, creo, es la cuestión del lenguaje, porque resituar al humano en el continuum animal no significa diluir su diferencia (pero hay que volverla inclusiva). En ese sentido, llegamos al punto en que Massumi suelta que la política animal busca “que el lenguaje juegue”, y continúa: “jugar al lenguaje es hacer un uso instintivo de él”. Y es que justamente el instinto, al que una política animal no teme, parece ser la incisión a través de la cual lo humano se inserta en dicho continuum animal. Y por eso Massumi le dedica tanto espacio en este libro a pensar el instinto, en relación con la intuición y tomando la noción bergsoniana de simpatía, que no es empatía ni emoción humana. Ver sobre todo el capítulo dedicado al zoológico.
Pero también lo vemos en su capítulo “Escribir como una rata agitaría su cola”. Sucede que la literatura, según Massumi, y en esto su deuda con Deleuze-Guattari es total (intercesores: Kafka, Melville, Hofmannstahl, etc.), es la manera en la que los humanos devenimos animales.
En este sentido, en Cactus venimos viendo –en nuestro caso, a través del catálogo, que es el modo en que vemos, son nuestros ojos–, vemos que, al lado de este perspectivismo relacional, de los muchos ojos, también se perfila una semiótica generalizada, de las muchas lenguas. Es decir, más allá de lo simbólico humano, del lenguaje humano articulado, asomaría la necesidad de prestar atención a una semiótica pluralizada, de todos los seres. Y por eso la aparición de Peirce, y por eso una semiótica en Spinoza, y por eso una teoría de la significación, como punto culminante de la obra de Von Uexküll. Todos los seres emiten signos, escriben, trazan y son trazados. Como dice Vinciane Despret sobre las ratas y sus recorridos. O sobre su perra Alba… Y todo esto aunque sea difícil escribir como una rata agitaría su cola, o descifrar a Alba y sus amigos de la calle que dejan mensajes orinantes, o intentar mirar como una cebra, un león o una hiena, o jugar como un tigre en los ojos de un niño. 

Finalmente, Massumi ofrece algunas tesis o pistas de lo que sería una política animal, o más bien de lo que debería evitar ser. Pero no dice mucho, y está bien. Como él mismo afirma, no hay tesis generales, surgidas de una conciencia personal o grupal, y aplicable a diversos contextos. Sino que más bien (y es por eso que es clave distinguir la noción de contexto de la noción de situación) habrá o no conciencia de la situación, donde el peso de la partícula “de” cargará en todo caso su posesividad sobre el segundo término, y será la situación la que se hará –o no– poseedora de una conciencia (impersonal). Tocará ver luego cómo habitar –y cómo volver habitables– esas situaciones.
Entonces, ¿qué nos propondría, a fin de cuentas, Massumi? Empezar en medio de un glorioso quilombo, y ver a dónde nos lleva.

 

Bogotá, 29 de septiembre de 2024

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