UNA NOTORIA PREDILECCIÓN POR EL CAOS
Reseña de La alteración de los mundos, de David Lapoujade (Cactus, 2022), por Felipe Nicastro
por Felipe Nicastro
Cuando terminé la primera lectura de este libro me dije: “tengo que ir urgente a releer Philip Dick”. Y es que La alteración de los mundos te deja muchas líneas abiertas para volver a las fuentes y seguir rumiando una de las obras más potentes del siglo XX. De hecho, a mí me gusta decir que Dick es uno de los mejores autores del siglo XXI que nos dejó el siglo XX y, ahora, gracias a este libro, tengo mejores argumentos para sostenerlo.
Alejándose de la lectura genética y biográfica, aunque no sin contextualizar lo necesario como para comprender sus diálogos implícitos con la época, Lapoujade realiza una lectura sincrónica de la obra del autor, yendo y viniendo desde sus primeros cuentos y novelas hasta la Exégesis y los textos póstumos, pasando por muchos de sus clásicos como Ubik, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? y Los tres estigmas de Palmer Eldritch. De ese modo, el filósofo francés nos ofrece una fotografía de la literatura de Dick desde el ángulo de la creación y destrucción de mundos, tarea que —a primera vista— lo entronca con la mejor tradición de la ciencia ficción. Sin embargo, a lo largo del libro, Lapoujade se encargará de ir encontrando rasgos que le permitirán argumentar que esa pertenencia de Dick a la ciencia ficción es más bien una cuestión de comodidad y que, a decir verdad, lo suyo tiene más parentesco con una zona de indecisión que remite al fantástico y a una capacidad de crear mundos y realidades que se asemejan a las pretensiones de las religiones y la metafísica.
Partiendo de la premisa de que la ciencia ficción tradicionalmente trabaja menos con personajes que con mundos, Lapoujade sostiene que, en Dick, no se trata tanto de construir mundos como de arruinarlos, romperlos y disolverlos. En palabras del propio Dick: “amo crear mundos que se caigan realmente a pedazos al cabo de dos días. (…) Tengo una secreta predilección por el caos.” (p. 14) Sus mundos son frágiles, inestables. ¿Pero se trata de mostrar que todo mundo es artificial? Muchos críticos de la obra de Dick han propuesto que la pregunta fundamental para él era “¿Qué es la realidad?”, pero Lapoujade propone una que considera que engloba a la otra: “¿Y si ya estamos locos?” Porque, en Dick, junto a la creación y destrucción de los mundos, cobra relevancia el factor del delirio. En sus ficciones, las potencias del delirio hacen vacilar la noción misma de la realidad y con ella se tambalean los mundos. Por eso en ellas hay tantos adictos, locos, personajes con memorias adulteradas, virus y entidades trascendentes que controlan mentes, etc. En esos libros hay un momento en que ya no se sabe si lo que sucede depende de acontecimientos sobrenaturales o si depende de las leyes de un nuevo mundo o, incluso, de la locura de uno (o más) de los personajes. De ese modo no se puede saber si lo raro que acontece pasa porque el mundo enloqueció o si es el personaje el que enloqueció. Aparece así una de las ideas más interesantes de la propuesta de lectura de Lapoujade: en Dick, toda guerra de los mundos es, además, una guerra de los psiquismos, ya que estos mundos ficcionales no obedecen tanto a las leyes físicas sino más bien a los principios de los psiquismos.
En este sentido, la transversalidad de las formas del delirio en la obra de Dick hace que las categorías que ordenan la realidad (causalidad, identidad, espacio y tiempo) pierdan su valor de principio. En relación con la causalidad, por ejemplo, para Dick se trata de deshacerse de la realidad histórica porque la trama causal no deja lugar a lo posible. Él busca, en cambio, un sistema de explicación que no se apoye sobre la acción causal de existencias actuales, sino sobre la influencia de realidades virtuales, como ocurre en los psiquismos. A la causalidad, entonces, Lapoujade considera que Dick le opone la sincronicidad.
A la identidad, por su parte, la arruina como principio ordenador porque las identidades de sus personajes se desmoronan a la par de sus mundos frágiles. El problema, entonces, se desplaza: ya no es la identidad de determinados personajes, sino su humanidad. Así como ya no se trata tanto de averiguar qué es lo real tampoco se trata de responder a la pregunta “¿quién soy?”, sino más bien: “¿qué soy?” ¿Humano o máquina? No obstante, el peligro que acecha en estos mundos raros y frágiles no es la mecanización de los cuerpos ni la automatización del pensamiento, sino la deshumanización de los psiquismos y la posible pérdida de nuestra capacidad para empatizar.
Uno de los capítulos que más me sirvió para entender el gesto del libro fue el capítulo sobre lo fantástico. En él, Lapoujade argumenta que, si bien Dick comparte con la ciencia ficción el tema de los mundos, por la forma que tiene de abordarlos a través de la confusión e indistinción entre el mundo real y el mundo delirante, termina acercándose más al fantástico, que juega sobre la zona de indecisión entre lo raro pero todavía racional, por un lado, y, por otro lado, lo sobrenatural e irracional. Si bien ambas se emparentan en tanto literaturas de lo insólito, sus rasgos difieren en algunos aspectos: mientras la ciencia ficción trabaja creando mundos con características distinguibles desde una perspectiva que mantiene cierta inclinación por la racionalidad, el fantástico se dedica a los puntos de contacto e indistinción entre mundos y en esos lugares se encuentra con lo irracional. Así pues, en Dick estamos en un universo ficcional donde el juicio, esa facultad del pensamiento cuyo trabajo es la distinción y el ordenamiento de las cosas —incluyendo los mundos—, ya no puede ejercer su autoridad (o, si lo hace, lo hace de forma arbitraria). En ese sentido, este libro va torciendo los lugares comunes sobre Dick y la ciencia ficción, obligándonos, a la vez, a sacarnos la pereza intelectual y a repensar hasta nuestras categorías de análisis más básicas para intentar aprovechar las posibilidades conceptuales que laten en estas ficciones.
Por último me gustaría destacar dos momentos más del libro. El más pesimista, que es el capítulo 6 (“Los poseedores de mundos”), y el más optimista, que es el capítulo final (“Hacer bricolaje (o la variable aleatoria)”). En el primero, Lapoujade analiza cómo en la narrativa de Dick los mundos pertenecen a quienes son capaces de producir y controlar las apariencias que circulan en ese mundo. En este punto el autor trabaja la comparación entre las religiones, las redes sociales, los medios de comunicación y los dealers, ya que son formas de agentes sociales y culturales capaces de crearles mundos nuevos a las personas y, por eso mismo, también son capaces de crear realidades alteradas. La lucha de estos poderes no es sólo por el mundo exterior, sino también y principalmente por el mundo interior de nuestros psiquismos. Hace 60 años que Dick se dio cuenta que estamos en medio de una guerra psicopolítica en la que quien controla la emisión de información también controla eso que se llama “realidad” y, a través de ella, el mundo que tenemos en común con otrxs. Sin embargo, frente a esas amenazas, Lapoujade recupera un gesto alentador que aparece en las novelas de Dick: sus personajes siempre son individuos comunes atravesados por problemas patéticamente humanos. Frente a la amenaza de la deshumanización de las personas y la humanización de las máquinas, Lapoujade ve que Dick opone personajes que intentan perseverar en la empatía. Personajes que, a su modo un poco corrido, intentan reparar algo de estos mundos-máquina construidos por los ingenieros del caos que practican terrorismo psicológico bombardeándonos con (des-)información desde las pantallas que llevamos con nosotros a todo lugar y en todo momento. Se trata de pequeños gestos para intentar, a través de la creación de nuevos mundos posibles y vivibles por-venir, de reparar un poco lo roto; no para restaurar un mundo previo —que evidentemente no funcionaba— sino para reconocer que la realidad del mundo no está dada. En cambio, esa realidad es parte de un trabajo de construcción que depende de la parte activa de cada individuo, de las acciones que se emprenden con otros, aquí y ahora.
En definitiva, aunque no es exactamente una “introducción” a la obra de Dick, La alteración de los mundos ofrece muchas puertas de entrada a la lectura de Dick porque se mueve con soltura entre el análisis literario y la filosofía y, en ese sentido, hace perfecto sistema con el resto del catálogo de Cactus. La prosa ensayística de Lapoujade le permite trabajar puntos de contacto y tensión entre Dick y autores filosóficos clásicos como Descartes, Locke o Leibniz, así como también le permite discutir lecturas de otros críticos, como el teórico marxista Fredric Jameson, y hacer resonar las tesis dickianas con autores más contemporáneos como Deleuze, Foucault, Bergson, James, Levi-Strauss y Simondon, por el lado de la teoría, y William Burroughs, J.G. Ballard y David Lynch, por el lado artístico y literario. Una lectura que tiene algo para cada tipo de lector y muchísimo para lxs que disfrutamos de transitar esos mundos alterados a los que nos tiene acostumbradxs Philip K. Dick.


![FICCIONES DEL PRAGMATISMO<br> <a href="https://editorialcactus.com.ar/etiqueta/david-lapoujade/">David Lapoujade</a> <br> [+ envío gratis]](https://editorialcactus.com.ar/wp-content/uploads/2021/05/097-200x296.jpg)
